Kathryn Clancy, antropóloga de la Universidad de Illinois en Urbana-Champaign (EE.UU.), descubrió una desagradable realidad cuando una amiga, colega de profesión, le confesó que había sufrido una agresión sexual cuando realizaba un trabajo de campo. Sorprendida, Clancy preguntó a otras antropólogas y le contaron historias parecidas que hizo públicas en su blog en la revista Scientific American. Pero decidió que las cosas no podían quedarse ahí. Con ayuda de otras profesionales, realizó una encuesta en Internet entre sus colegas. El 59% de 124 participantes se quejaban de haber sido objeto de comentarios sexuales inapropiados y el 18% decían haber sido acosadas o agredidas físicamente.
Clancy dice que los abusos eran continuos. Las víctimas solían ser estudiantes graduadas y los autores, hombres de mayor rango, investigadores o profesores universitarios, casi nunca personal externo contratado. La encuesta se extendió a 666 mujeres que trabajan en distintas disciplinas que incluyen trabajos de campo, desde arqueólogas a geólogas o zoólogas, y los resultados fueron muy similares. Además, muchas víctimas preferían no denunciar los hechos por temor a tener problemas en su trabajo.
La reacción a la investigación de Clancy vino de inmediato. La Asociación Antropológica Americana anunció una política de tolerancia cero al acoso sexual. Otras asociaciones profesionales siguieron el ejemplo.
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